Fútbol

La “Guayo” de la abuela

Thiago Almada dejó de ser promesa para ser realidad. Con 18 años recién cumplidos, se ganó un lugar en este Vélez por la calidad de su gambeta Made in Potrero. Una joya preciada de la cantera que deslumbra a los ojos del mundo.

El pibe no se escondió nunca; ni en Lanús para dar vuelta un partido durísimo, ni en la Bombonera para romperle la cadera a Izquierdoz en una jugada que pudo haber sido histórica.
Por Carlos Martino

Thiago Ezequiel Almada lleva el ADN del potrero tatuado a fuego en sus pies. Cada gambeta que ejecuta  con la camiseta de Vélez en Primera, es simplemente una recreación de las que tiraba en el baby, cuando era apenas un poco más chico de lo que es ahora.

Es atrevimiento, es desfachatez. Es la tranquilidad de saber que el suelo argentino sigue con una fertilidad absoluta en frutos futbolísticos. Es la seguridad de continuidad en una especie de dorsal 10 casi en extinción. Es el orgullo como cantera de seguir dando materia prima superlativa al mundo.

Desde su estatura bien cerca del barro, desde un barrio que lo acunó y le mostró las piernas fuertes de aquellos picados por plata. Un Fuerte Apache que le mostró lo bueno y lo malo, con una familia atrás para acompañarle los sueños, esos que se cuentan entre bote y bote del balón.

Hablame de este pibe que ya era nombre propio en inferiores y no faltaba uno que te dijera, "Acordate de Thiago Almada"; "Almada es el próximo diez de Vélez"; "¿Thiago?, es lo mejor que surgió de las inferiores en años". Nadie escatimaba en elogios. No era para menos. Ese pibe que en las juveniles llamaba la atención de todos, no tardó en dribblear hasta meterse en el plantel de primera, en cruzar a puro saltos (siempre con el balón en el pie) la calle que separa en la Villa Olímpica a los pibes de los profesionales. Llegó al vestuario grande de Ituzaingó para no irse más.

Tan sólo 17 años y una Superliga, le bastaron para que ese nombre propio de inferiores, que esos elogios de pocos, fueran de todos. Porque en esa necesidad interminable de los medios hegemónicos  europeos no tardaron en colocarlo en una marquesina de luces de neón con grandes talentos jóvenes de todo el mundo como los cracks del futuro. Y este pibe no se achicó.

Debutó un 10 de agosto de ante Newell´s y casi un mes más tarde, se lució con un doblete terrible ante Defensa y Justicia en Florencio Varela. La factura de sus goles terminaron de abrirle los ojos a aquellos que todavía no lo habían visto; mientras el entrenador le bajaba decibeles a los elogios que recolectaba el Guayo con la intención de cuidarlo.

Ni hablar de la importancia que tuvo en cada uno de los encuentros donde le tocó hacerse cargo del fútbol de Vélez, en momentos en los que el equipo apretaba al rival de turno en busca del tan anhelado triunfo. El pibe no se escondió nunca; ni en Lanús para dar vuelta un partido durísimo, ni en la Bombonera para romperle la cadera a Izquierdoz en una jugada que pudo haber resultado histórica.

Thiago jugó en la Superliga 16 encuentros (736 minutos) de los 25 disputados por Vélez, y fue siete veces titular. Intentó 330 pases de los cuales concretó 283; un 85,5% de efectividad. Marcó tres tantos (uno más en la Copa Superliga), en ocho remates a puerta. Primeros números de un pibe que además asiste, genera y emociona (lo que no es poco).

Por esas cosas que tiene el fútbol, le toca ver el Mundial Sub 20 desde casa. Sin dudas el Guayo merecía su lugar en la contienda máxima del fútbol juvenil allí en Polonia. Pero de estos golpes también tiene el deporte, como la vida, y se los muestra bien temprano, en sus primeros pasos.

Thiago levanta miradas en el contoneo de sus caderas para destrozar defensas. Almada se imprime en las páginas periódicas del mundo, atentos a su evolución para importar de acá lo que no hay allá. El Guayo, es la nueva joya de la joyería de Parque Leloir.