CONCURSO ?CONTAME UN CUENTO?
EL REGRESO DEL ALTO RUBIO
Por Nicolás Clementoni
Era viernes a la noche. Era febrero y Juan estaba en casa. Su mamá, su papá y él. Los tres, sabiendo que ya estaba decidido: ese año no iban a poder irse de vacaciones. Eso para el chico, que además era hijo único, era como un gran castigo. Aunque hay un montón de gente que jamás sale de vacaciones, para Juan y su familia, el hecho de quedarse sin ir a San Clemente era signo de que las cosas no andaban bien.
El ya estaba por empezar la secundaria. Era grande, al menos para seguir jugando a las carreritas de auto en el patio. Le daba vergüenza que los demás se enteraran de que aún jugaba con los autitos, pero era una manera de aislarse un poco y de relatar las carreras, que era lo que más le gustaba. Como jamás tuvo amigos en la cuadra o que vivieran cerca, casi siempre fue un perfecto solitario para jugar.
El ya había visto temprano en el noticiero de canal 13 la previa del partido de esa noche. Se jugaría en un estadio repleto, pues en ese entonces no existían los pulmones divisorios que hay hoy día para que los hinchas no se peleen y los visitantes en el Amalfitani tenían la misma cantidad de espacio que el local.
Esos partidos siempre lo ponían nervioso. En realidad siempre que juega Vélez se siente así. Pero contra Boca y River es diferente. Porque las cargadas se sufren más y las alegrías se disfrutan más de lo habitual.
Cuando empezó el partido, que sería más o menos a las nueve de la noche Juan aún jugaba en el patio mientras su padre estaba en el comedor y su mamá cocinando.
En esos tiempos su papá tenía una costumbre -según Juan, ?puta costumbre?- de no escuchar los partidos, sobretodo cuando relataban el de Vélez, y sólo prendía la radio en el entretiempo, para saber el resultado parcial y las incidencias. Después volvía a encenderla cuando estaba por finalizar el encuentro. Juntos -Juan y su padre- escuchaban el final, los comentarios posteriores y las notas de vestuarios.
El difícil momento que atravesaba la familia en cuanto a lo económico no sólo había frustrado las vacaciones en la costa que años anteriores habían disfrutado, sino que también había provocado que los padres de Juan tuvieran que recortar otros gastos como las salidas al cine, a comer afuera y a la cancha. Y eran años en los que no había partidos televisados en vivo. Entonces no les quedaba otra que escuchar la radio.
?¡Gooooool! ¡Gooooool! ¡Gooooool! De Boca, de Boca Juniors?, gritaba desaforado el relator un instante después de que el papá de Juan había dado vuelta la perilla de la radio que estaba -como siempre- sobre su mesita de luz. ?Una mierda?, pensó Juan, quien desde el patio escuchaba haciéndose el sota, como si no le importara el partido.
?Boca Juniors tres, Vélez Sársfield cero?, añadió el relator, removiendo un poquito más el puñal que ya se les había clavado bien adentro del hígado a la dupla velezana que sufría en casa.
?Perdemos tres a cero?, le dijo el papá a Juan, con voz de ?¿qué se le va a hacer???.
Juan apenas levantó la vista desde el piso, adonde estaba haciendo como que jugaba un gran premio de Fórmula Uno. Igualmente balbuceó un: ?Uhhh?, como si estuviese algo sorprendido, cuando en realidad ya sabía el resultado e inclusive que la Rata Rodríguez había anotado ese maldito tercer gol, el que seguramente había terminado de ?matar? a los suyos. Y también que el jugador de Boca había sido expulsado por colgarse del alambrado en el festejo.
Cenaron los tres con cara de circunstancia, de velorio. La madre de Juan se lo tuvo que bancar, aunque internamente jamás lo haya podido entender, eso de sufrir por el fútbol.
Con el último bocado Juan se fue a guardar los autitos y enseguida se acostó. Por la depresión de estar amargado, sin vacaciones, a trescientos kilómetros de San Clemente y con Boca ganándoles tres a cero. Eso sí, se acostó con una radio chiquita debajo de la almohada para que su padre no la viera. ¿Para qué la radio si el partido está prácticamente sellado? Para saber si esos turros frenaban la goleada ahí o si decidían seguir metiendo goles.
?Vélez busca con desesperación el segundo??, decía el relator apenas Juan encendió la radio. Esa frase, para el que está acostumbrado a escuchar fútbol, es bien clarita. El relator no había dicho que el partido estaba tres a uno, pero si Juan ya sabía que su equipo iba perdiendo tres a cero al cabo del primer tiempo y si ahora buscaba el segundo, era porque había tenido la milagrosa fortuna de haber descontado. Y si ?nuestros muchachos? -pensaba Juan- lo hacían con ?desesperación? -según había dicho Víctor Hugo- era porque Vélez aún estaba con chances reales de acercarse al empate. Entonces los contrarios no habían metido el cuarto. Por eso no había dudas. Estaban tres a uno y todavía quedaba más de media hora.
Igual, el empate a esa altura quedaba lejos, pero ya no era goleada y encima parecía que los ?bosteros? estaban algo asustados y refugiados, y su técnico ?Carlos Aimar gesticulando desde el banco para que sus dirigidos salgan del asedio?, contaba el fenomenal relator uruguayo. Porque además el que atacaba ahora era Vélez. Siempre. Con Funes, con Simeone, con Zalazar, con Gareca?
El relator todavía estaba gritando el segundo gol de Vélez cuando el papá de Juan cruzó por la pieza del chico en dirección hacia el patio, probablemente a cerrar la ventana. Vio que estaba despierto y se dio cuenta que tenía la radio, a pesar de que no había mucha luz. Entonces le preguntó: ?¿Cómo va??. ?Tres a dos. Funes y Robinson Hernández?, le contestó el chico. Y el padre siguió su camino disimulando, como si no le importara. Porque Juan enseguida supo que su papá estaba disimulando y que por dentro seguramente había sentido una explosión de júbilo, imaginando ese tercer gol velezano que podría llegar, tal vez sobre la hora.
Faltaba poco, cuatro o cinco minutos. Y la esperanza de que se concretara la hazaña aún estaba viva. Para la gente en la cancha, para el equipo, para el Coco Basile que era el técnico de Vélez, y para la dupla que sufría con acelerados latidos en aquel departamento sobre la calle Yerbal en el barrio porteño de Flores.
Víctor Hugo hacía aún más emocionante ese final. Para que fuera de película, para que fuera inolvidable, para todos los tiempos. Entonces contó que el local atacaba, que tenía un córner que ejecutaría Zalazar, que ?viene el centro, entra Gareca, ta, ¡Goooooool! ¡Goooooooooool!?
Rápidamente Juan comprendió que eso era gol y que era el empate y que era hazaña y no porque hubiera escuchado con claridad los sonidos que salían de la radio, sino porque a través de la pared había visto una sombra con dos brazos en alto y dos puños cerrados mientras se escuchaba el vozarrón de su papá: ?¡Goool!? ?¡Gooool!? ?¡Vamo? Vélez carajo!? ?¡Gol!?.
Juan saltó de la cama con una sonrisa dibujada en la cara. Era imposible esconder la alegría. Tampoco era necesario hacerlo. ?Gol?, le dijo. No se lo gritó, se lo dijo solamente. Mientras tanto, Víctor Hugo hablaba del ?regreso del alto rubio?, en referencia a Ricardo Gareca, el responsable de coronar la hazaña, para luego agregar: ?Justamente el Tigre le clava este tremendo y doloroso puñal a Boca Juniors??. También contaba que ya era final y que era ?un milagro. ¡Vélez tres, Boca tres!?.
Después, padre e hijo, escucharon sentados en la cama (con la radio ubicada sobre la mesita de luz) los comentarios, las notas y las repeticiones de los goles.
El último, el de Gareca, Juan aún lo atesora grabado en una vieja cinta de casette de audio. Cuando la encuentra y la escucha, recuerda principalmente a su padre. Pero también se acuerda de aquella noche de febrero. Sin vacaciones, pero con la felicidad de haber disfrutado una hazaña de su cuadro que nunca más olvidará.
Nicolás Guillermo Clementoni nació en 1976 y vivió toda su infancia y adolescencia en el barrio de Floresta. Es periodista deportivo y profesor de periodismo. Se desempeñó durante diez años en el Diario Crónica, en la Sección Deportes, y actualmente es docente en la cátedra de Taller Gráfico del Instituto Superior Crónica.