Se ríe y se ríe bien fuerte. Es que hay motivos de sobra para que la sonrisa salga y se reluzca entre los dientes. Porque si es que existe algún punto de comparación, salvando las diferencias abismales de buscar la chance de jugar una copa que nos arrebataron de las manos; esa risa del que ríe último, sin dudas que se ríe mejor.
Porque principalmente, Vélez va creciendo. No es una cuestión que dependa pura y exclusivamente del resultado, pero ayuda a crecer con una sonrisa y a confiar en lo que se intenta.
Porque para la mayoría de los pibes, sumar confianza en cada minuto que deriva en un triunfo es sin dudas el mejor crecimiento, el mejor aprendizaje luego de haberse golpeado bastante en un torneo que le fue esquivo desde el principio.
Porque este Vélez, en lo que terminó siendo una demolición a un Boca desalmado, triste y mustio; comenzó a justificarla desde su resistencia. Es cierto que fue un encuentro al que le sobraron los primeros cuarenta y cinco minutos, donde sobraron las piernas fuertes, lo áspero de un juego en el que ambos desde el picante que le sazonaban se excedían dejando de lado los arcos. No hubo situaciones claras de gol en el primer tiempo. Ni una. Pero en el segundo, cuando los de Russo se tuvieron que defender de una reacción de los de Arruabarrena, lo hicieron.
Allí Boca se encontró con la figura de Alan Aguerre. El arquero que rompió con una cantidad insoportable de años sin tener en primera un arquero surgido de la cantera. El pibe que pedía su lugar en el primer equipo y que la encontró este año tras la no continuidad de Sosa. El hincha que se pone el buzo de arquero del club que ama y que deja en cada pelota la piel. Primero para taparle una volea a quema ropa a Daniel Osvaldo. Después para estirarse y sacarle un mano a mano a Cháves. Dos claras para el visitante, que Vélez pudo haber pagado caro manteniendo esas pequeñas distracciones en el retroceso tras perder el balón. Pero Aguerre estuvo tan gigante como el Amalfitani y le dijo no a todo Boca porque después tapó otra con los pies a Cháves y más tarde, casi sobre el final, voló para tapar junto al palo un cabezazo de Marco Torsiglieri. Conmueve lo de Aguerre que merece todo lo que le toca vivir.
Pero desde allí creció el Fortín. Y con un doble cinco entre Romero y Desábato que se morfaron en pan al doble cinco Bentancur y Gago. Con un Cubero que fue superlativo en cada balón desde su experiencia. Con un Pellerano firme y siempre una jugada adelantada. Con un Delgadillo picante en un duelo all inclusive con Gino Peruzzi por la banda izquierda del ataque velezano, que lo desesperó al ex Vélez y hasta el pibe se animó a levantar al público para alentar. Todo con 17 años. Un Pavone que conmueve desde su entrega y solidaridad. Un Asad que intenta hacerse manija del equipo.
Fue así, que en una jugada de gran avivada del Capitán, tras un centro de espaldas de Delgadillo, Cubero lo antició en el área a Monzó y le metió el frentazo junto al palo donde no llegó Orión, donde estalló Liniers, donde el Poroto salió feliz y por el aire a festejar su gol. Todos arriba de Cubero, todos los jugadores abrazados (salvo Aguerre que se quedó en el arco), los diez de campo junto al Capitán. Hay que pedir mil 225, o un 450... o lo que sea. Cubero no puede salir del equipo, por ser el alma y el corazón. "Cubeeeeeeerooo... Cubeeeeeeeerooo", se rompió la garganta el hincha como en las mejores épocas donde otros apellidos eran coreados.
Fue así que desde el gol, Vélez se tranquilizó y a la vez se dedicó a lastimarlo al rival, a maltratarlo, a hacerle sentir el rigor de un equipo con hambre. Se lo perdió Pavone mano a mano tras un error de Gago, que minutos más tarde, el volante de Boca se iba expulsado por un duro cruce ante Asad.
Fue así que lo liquidó Vélez, con un Delgadillo que aceleró por el medio, jugó una pared con Pavone y siguió dejando rivales en el camino. Le abrió el pie al pase profundo y entre líneas para Asad que entraba por derecha y el Turquito como vino y a la carrera metió un pase horizontal de lado a lado del área (entre muchas camisetas azul y oro) para encontrarlo a Pavone que acompañó la jugada corriendo y con el pie al balón para sellar el juego, ponerle justicia y saldar la deuda de aquella noche marplatense.
Vélez mostró la madurez para saber manejar los momentos del juego. Es cierto, sufrió y en algunas de las majestuosas tapadas de Aguerre pudo haber caído herido. Pero supo aguantarlo y supo aún mejor liquidarlo. Lo demolió, no le tuvo piedad a un Boca que se desluce con el correr de los minutos, lo noqueó, lo tumbó, con autoridad, con la decisión de quien quiere poner las cosas en orden.
Aún falta hilo en el carretel, pero Vélez comienza a aparecer, a entender el plazo de crecimiento a pasos agigantados. No está exento de cometer errores, de equivocarse, de volver a perder; pero va entendiendo que los partidos se juegan de esta forma, así como ante Banfield, así como ante Boca. Así lo sintieron en el terreno de juego los jugadores que se abrazaron en un festejo de mucho desahogo.
En definitiva, en la importante noche de Liniers, se demostró que la justicia en el fútbol es como en la vida... es lenta... pero llega. Obviamente que este triunfo no te hace jugar la copa de la cual nos echaron, pero este triunfo sirve para demostrar... que el que ríe último... siempre ríe mejor.