Junta Histórica

Vélez Campeón Clausura 1998

Hace 25 años Vélez coronaba su quinta estrella en el ámbito local. Un grupo de figuras ya idolatradas, un puñado de juveniles y el sello inconfundible del comando de Marcelo Bielsa fueron los principales artífices de aquella gran historia.

Titulaban los diarios deportivos en aquellos días...“Cada vez más grandes: Vélez Campeón del Clausura”. Este era un hecho que ya rozaba la costumbre y la cotidianeidad. Ver al pueblo velezano feliz y de fiesta en Liniers, en toda la Capital, en todo el país y en muchas partes del mundo. La marca Vélez Sarsfield recorría latitudes y hemisferios futbolísticos, porque la marcha gloriosa parecía no tener freno.

El 28 de agosto de 1997 comenzaba una nueva etapa de la mano de un hombre que venía de tierras aztecas. Un hombre con ideales futbolísticos renovados, con tácticas vestidas mediante tintes revolucionarios. Marcelo Bielsa era el hombre. Un hombre con credenciales basadas y solidificadas en la transparencia y el trabajo. El “Loco” se hacía cargo de un equipo acostumbrado a un estilo de juego que lo había instalado en las marquesinas del fútbol mundial. Pero él quería cambiar. Era entonces un gran desafío para todos. Para el flamante Técnico. Para los consagrados jugadores.

El arranque, el primer semestre, no fue feliz. Vélez finalizó cuarto en el Torneo Apertura y alternaba malas y buenas. Los nuevos conceptos tácticos esgrimidos por el entrenador chocaban imprudentes contra la fría realidad de los resultados. Arreciaban los rumores de conflictos internos. Conflictos que no apagaron la llama triunfal de aquel plantel multiganador, que de a poco, se fue adaptando a las exigencias del sabio DT. La planificación a largo plazo que caracteriza a esta Institución acalló voces, prolongó la confianza y redundó en el éxito.

Así la vergüenza que sintió por esos días Bielsa se transformó en promesa para conseguir lo que él y todos finalmente buscaban. “Es mentira que los técnicos deban adecuarse a sus jugadores. El orgullo de los entrenadores no les permite ceder y siempre piensan en imponer sus conceptos”. Fiel a su estilo. Firme en su objetivo. “Sin la adhesión de los jugadores no hay esquema que sirva”, explicaba por esos días Marcelo. Y esa adherencia de la que hacía mención comenzó a funcionar no solo dentro del campo de juego, sino también en la banca, en la tribuna y en las oficinas del Club. Allí se enterraban esos choques duros con los históricos y empezaba a escribirse nuevamente la historia, como un juego de palabras predilecto de un caprichoso escritor de fútbol.

Pellegrino y Sotomayor, zagueros centrales vueltos en líbero y stopper de la mano de Bielsa para continuar cosechando gloria.

Debut en casa frente a Racing con victoria y con la participación en la red de dos de las principales valores de ese torneo: Patricio Alejandro Camps y Martín Andrés Posse. Los pequeños en el ataque del Fortín se las ingeniaban para romper cualquier defensa con sus goles y entrega. Y así llegaban triunfos importantísimos. En la Bombonera, en Jujuy, en Rosario, en La Plata, en Liniers; en donde fuera el equipo se hacía fuerte, y ganaba, y gustaba, y goleaba. Cualidades de un conjunto que se sostenía con la voz de mando de José Luis Félix Chilavert; con la solidez y la prestancia del capitán Mauricio Pellegrino y de Víctor Hugo Sotomayor; con la fiereza de Flavio Zandoná; con el oficio del Pacha Cardozo; con el hambre de Claudio Husaín y Carlos Compagnucci; con la clase y el amor propio de Christian Bassedas; con la artillería del Beto Camps y la velocidad del Cholito Posse. Y quedaron perlas inolvidables: los infinitos cabezazos de Darío Husaín y Posse en la goleada ante Colón, el bombazo del chiquilín Castromán para enmudecer la Bombonera, el último capítulo en La Plata ante Gimnasia, con una formación repleta de pibes.

Bielsa fue locura cuerda. Locura sostenida desde las cercanías a la línea de cal con ese andar nervioso. Cordura en su defensa a rejatabla de un dibujo ofensivo, audaz y prágmatico, apoyado en intérpretes inteligentes para llevarlo a la acción y transformarlo en resultados positivos.

“No es un revancha. Estoy feliz, pero el campeón es el mejor solo por un rato. Creo que la clave fue que este plantel es duro mentalmente”, reconocía por esa época Marcelo Bielsa en el vestuario ganador en medio de los festejos.

Vélez fue un campeón con mayúsculas y que no dejó ninguna duda. Su derrotero en el Torneo apabulla con la elocuencia de los números. El elenco velezano disputó 19 partidos, ganó 14, empató 4, perdió solo uno y cosechó 46 puntos. Convirtió 39 goles y le marcaron apenas 14. Martín Posse fue el máximo artillero del Fortín con 10 tantos.

Fernando Pandolfi, una de las piezas de aquel mecanismo que funcionaba de maravillas elogió la labor en el crecimiento individual y grupal, y la influencia del técnico en aquel logro: “Las charlas de Marcelo eran de una hora con mediocampistas y defensores, y otra hora con mediocampistas ofensivos y delanteros. El quería debatir, no le importaba, no quería tener razón, quería que resolviéramos algunas jugadas. Nos explicaba que ahora el sistema era muy distinto a lo que estábamos acostumbrados, y que todos teníamos que correr a la par. No había manera de que uno se quedara a la sombra, o volviera caminando, tomando aire. Todo había que hacerlo para conveniencia del equipo, ordenados tácticamente. En algún momento fue difícil de captarlo, especialmente para los que no eran titulares, pero nos mejoró a todos, por eso no creo que nadie puede hablar mal de Bielsa...”.

El 31 de mayo de 1998, aquel conjunto timoneado por el entrenador rosarino le puso el broche de oro a la década de mayor gloria deportiva en la historia de Vélez Sarsfield.

¡Gracias por tanto, Campeones!