Junta Histórica

La última batalla del Gladiador

Hoy se cumple el primer aniversario del último partido de Fabián Cubero. El instante del adiós, la certeza de una carrera ejemplar con títulos y gloria. Sangre, sudor y lágrima en una jornada repleta de emociones.

Todavía resuena en cada rincón del Amalfitani el grito de guerra que lo invocaba. Todo aconteció un 1° de diciembre, fecha patria para el pueblo Fortinero: por lo sucedido en Japón en 1994 y desde hace 12 meses, a causa de la despedida de uno de sus grandes ídolos.

Fabián Alberto Cubero tuvo su despedida soñada con el hincha, cara a cara, con los ojos empañados y el corazón a punto de explotar de tanto amor.

Pocos pueden darse el lujo de regalarse una ovación así. Muy pocos. Él se la ganó con el pulso que marcó el sudor en la camiseta, al punto de ser el que más veces la defendió con alma y sangre.

Poroto detuvo su marcha récord en 633 participaciones en Primera División. Fueron 506 por torneos locales10 por copas nacionales y 117 por copas internacionales. Además de ser el hombre de máximas presencias, es el jugador más longevo que vistió la divisa fortinera.

Pero todo se resumió en un puñado de minutos. Ese día, el compromiso ante Colón de Santa Fe ya estaba sentenciado. Minuto 88. Heinze lo llamó. El cuarto árbitro marcó en el cartel el número 30. Automáticamente, Gastón Giménez emprendió el camino hacia la mitad de cancha en el mismo instante que el número 5 parpadeaba brillante en el cartel del juez asistente.

Se rompieron las palmas, el “Cubeeeeeeeeeerooooo… Cubeeeroooooooo” retumbó fuerte en Liniers y alrededores. El mítico, el ídolo, el inoxidable Poroto saltaba al terreno de juego para completar los últimos minutos de una carrera fantástica. Abrazo fuerte con el Tonga y cruce con Giannetti para decorar su brazo izquierdo con el lazo que se ató a su historia. Nuevo abrazo y a meter la cabeza en el final del partido.

No iba a ser solo una despedida para cumplir, entrar y saludar. Nada de eso. Luego de una atajada increíble de Hoyos contra el palo, el mítico Cubero quebró la cintura ante la presión rival y salió elegante de su propia área, transformando la ovación en delirio.

Automáticamente, Fabián comenzó a transitar el ritual de su partida. De cara al hincha, con los ojos reventados en lágrimas y su amor expresado en cada beso al escudo, ese que lo marcó y lo identificará por el resto de sus días. Abrazos, risas y llanto.

Foto grupal para la posteridad y a comenzar el interminable camino rumbo al vestuario. El último recorrido del guerrero; mientras el grito de guerra se apagaba lentamente se encendía incandescente la leyenda.