Tribus de la familia tupí-guaraní poblaban un vasto territorio llamado Paraguay en el que Dios puso su mejor deseo de bajar a la Tierra el escenario de un paraíso celestial. Selvas de un verde brillante pobladas por una rica fauna, caudalosos ríos de color azul profundo corriendo vertiginosos sobre un cauce de piedra colorada, fragantes flores, exquisitos frutos, multicolores pájaros de canto melodioso y, sobre todo, hombres fuertes y altivos acompañados de bellas mujeres llenas de inocente alegría.
Pasaron largos años de dicha y bonanza, hasta que un día llegó el ambicioso conquistador español, que en nombre de la nunca deseada Civilización, pretendió apropiarse de aquel vergel, sometiendo con su brutal codicia al pacífico pueblo que con tanta hospitalidad los acogiera. Desde entonces, este valeroso pueblo soportó toda clase de agresiones y a pesar de haber perdido buena parte del territorio, siguió conservando la noble y altiva dignidad que caracterizó la raza, contada en una saga interminable de heroicas y románticas leyendas.
Una de ellas nos habla de la princesita Anahí - aquella de la voz tan dulce como el fruto del aguaí - salvajemente inmolada en la hoguera por negarse al insistente requerimiento de alguien a quien no amaba y cuyo martirio la transformó en una hermosa flor de ceibo
A mediados del siglo XIX, la república paraguaya, merced al trabajo inteligente y ordenado de su pueblo ostentaba la condición de país mas desarrollado de América del Sur. Contaba con el primer ferrocarril de Sudamérica, se comunicaba en todo el territorio con un moderno sistema telegráfico, fabricaba embarcaciones en sus astilleros y no debía absolutamente nada, no porque no tuviera acceso al crédito externo sino porque se bastaba con lo que generaba internamente.
Se incrementaba notablemente la producción de algodón, insumo básico de la industria textil británica, que en esos entonces, debido a la guerra de Norte contra Sur en Norteamérica, había perdido a su principal proveedor y se hacía impostergable entonces conseguir otra fuente de aprovisionamiento. En procura de ese objetivo los intereses del Imperio instalados en países vecinos, ejercieron una presión tan intensa que los mismos no pudieron soportar y se fusionaron en lo que se denominó ?La Triple Alianza? (alguien la bautizó ?La Triple Infamia?) para que, esgrimiendo el falso argumento de defender la democracia ? para nada amenazada -le declararan una guerra que constituyó la mayor tragedia genocida que soportó América del Sur.
Diezmada su población, destruido su aparato productivo, traicionada su confianza, el noble pueblo paraguayo siguió dando pruebas de su abnegación y templanza, generando hechos y seres que bien se pueden exhibir en el relato fabuloso de la leyenda.
Un hombre nacido en la ciudad de Luque que lleva por nombre JOSE LUIS FÉLIX CHILAVERT GONZÁLEZ es el protagonista de un suceso rayano en la fantasía, pero que nosotros, consecuentes seguidores de sus hazañas en el arco de Vélez Sarsfield acreditamos como verdadero. En el trato personal, el inefable ?Chila? se presenta como un individuo circunspecto y muy educado, medido en sus gestos y expresiones (no es común en él la carcajada o el ademán exagerado), actitud que no se repite con los niños, con quienes sí mantiene intercambios coloquiales llenos de cariño y simpatía.
Una metamorfosis total experimentaba su persona cuando cuidaba el arco de Vélez, ya que en sus actuaciones las posturas adoptadas se asemejaban más a las de una fiera, como el yaguareté, que a un ser humano. En ese rectángulo establecía su madriguera, y sus desplazamientos, llenos de plasticidad y soltura, lo transformaban en un felino receloso y agresivo. Oportunidades hubo en que ese instinto lo llevó a cometer actos impiadosos, como por ejemplo: cazar monos con el zarpazo de su pata izquierda (Burgos, Navarro Montoya), o a descogotar juguetes molestos (el muñeco Gallardo).
Absolutamente provocador, su intrépida sangre fría nos hizo temer más de una vez por su integridad física, ya que siempre respondió con admirable hombría a cualquier desafío que se le planteara, sin reparar en lo tenebroso del marco en que se producía.
Fue el mejor del mundo en su puesto y su fotografía está colgada en la galería reservada para los jugadores de fútbol que por sus actuaciones han trascendido los tiempos, para quedar siempre vigentes en la historia del deporte más hermoso y popular que conoció la Humanidad.
Para nosotros, fervorosos fanáticos de la V azulada, el querido ?Chila? fue, es y seguirá siendo el amigo, el hermano, el ídolo admirado, aquella figura que de pibes imitábamos y soñábamos algún día poder llegar a tocar y hablar con él. ¡Querido José Luis! ¡A nosotros no nos vas confundir con ese gesto adusto que ponés algunas veces! ¡Te conocemos y sabemos que atrás de esa máscara hay un frasco de dulce de leche!
Osvaldo Gorga