Homenajes

De Gato a Superhéroe

Había una vez un niño llamado José Miguel Marín. El pequeño José Miguel había nacido el 15 de mayo de 1945 en el seno de una humilde y modesta familia pueblerina. Pronto, comenzó a desandar los bucólicos potreros de su Río Cuarto natal y a demostrar su amor por la pelota de fútbol.

El Gato se alimentó con las frecuentes convocatorias a la Selección Nacional, ?Fui elegido para disputar los Juegos Olímpicos de Tokio, y en el 65 me designaron capitán del combinado juvenil. En la mayor estuve hasta el 71 bajo las órdenes de Pizzuti, y quedé fuera del Mundial de Alemania, pese a ser el preferido de Sivori, cuando asumió el Polaco Cap?, remarcaba orgulloso y con nostalgia.
Por Gabriel Martínez

Había una vez un niño llamado José Miguel Marín. El pequeño José Miguel había nacido el 15 de mayo de 1945 en el seno de una humilde y modesta familia pueblerina. Pronto, comenzó a desandar los bucólicos potreros de su Río Cuarto natal y a demostrar su amor por la pelota de fútbol. Así, con el marco de los árboles como verticales, o amontonando chombas, José Miguel armaba el arco y le tomaba el gusto a lo que sería su hábitat futuro en los terrenos de juego. En su preadolescencia, el prometedor y novel guardameta fue descubierto por uno de los tantos nómades, consejeros o reclutadores de talentos que pululan por el país, que lo convenció de las bondades de mudarse a la Capital Federal y enrolarse en las filas de un Club serio y ordenado: el Club Atlético Vélez Sarsfield.

Cobijado y protegido por sabios docentes entrenadores, Marín maximizó sus virtudes y minimizó sus defectos. Su itinerario en las inferiores no pasaba inadvertido y sus condiciones naturales para el puesto eran comentario obligado de aquellos que seguían la marcha del futbol amateur. En 1964, el juvenil golero cordobés pedía pista en primera. La fama y la experiencia de Rogelio Domínguez no parecían un impedimento para su escalada a la titularidad. Flojos desempeños del ex arquero del Real Madrid lo catapultaron a ocupar el lugar por el que había luchado desde su llegada al Club. El 9 de agosto de 1964, el técnico, OsvaldoZubeldía, le dio a Marín el buzo con el número 1, y debutaba en primera división frente a Huracán de Parque Patricios.

José Miguel alternó con Domínguez y compitió por el arco durante dos temporadas. Precisamente, en 1966, se adueñó de la portería con autoridad y apoyado en sus innegables aptitudes. Seguro, plástico y eficaz para custodiar la valla, inteligente e intuitivo para lograr la correcta ubicación, sus piernas tenían gran potencia y le permitían realizar vuelos estéticos e imposibles de palo a palo a semejanza de un felino. Además poseía el atributo de ser un gran atajador de penales. Su popularidad se agigantó rápidamente y la parcialidad velezana valoró su coraje y arrojo para defender la valla. Se ganó el aprecio de la gente, pero con ese triunfo resignó sus nombres de pila, dejó de ser José Luis y se convirtió en “El Gato”, mote que perduraría durante su extensa trayectoria en la Argentina.

“El Gato” creció apoyado por las enseñanzas de los técnicos y de sus compañeros más experimentados. Estudió, analizó, e intentó imitar los movimientos y conductas de su modelo Amadeo Carrizo, “Amadeo lo tenía todo, físico, fuerza, ubicación, agilidad, visión, valentía, don de mando, pero por encima de todo eso tenia personalidad. Una presencia y una prestancia que lo convertían en un maestro. Su estampa se sentía no solo en el marco, se sentía en toda la cancha”, comentaba admirado. El Gato se alimentó con las frecuentes convocatorias a la Selección Nacional, “Fui elegido para disputar los Juegos Olímpicos de Tokio, y en el 65 me designaron capitán del combinado juvenil. En la mayor estuve hasta el 71 bajo las órdenes de Pizzuti, y quedé fuera del Mundial de Alemania, pese a ser el preferido de Sivori, cuando asumió el Polaco Cap”, remarcaba orgulloso y con nostalgia. Se nutrió con la dulzura de los triunfos,-fue decisivo en el primer titulo obtenido por nuestra institución-, y también debió saborear el gusto amargo de la derrota, de la decepción y frustración que significó la pérdida del Metropolitano del 71. Sus garras estaban deformadas de detener cañonazos rivales, “Son pelotazos de la vida”, le expresaba a aquellos que observaban con asombro esas manos informes.

“El Gato,- animal domestico pero de espíritu libre e indomable-, seducido por una oferta importante para él y para Vélez,-la cifra de 30 mil dólares en la que fue transferido hoy suena irrisoria-, resolvió emigrar a tierras aztecas, luego de defender los colores velezanos en 225 ocasiones, dejando un vacío que solo pudo cubrirse varios años después.

El Cruz Azul acogió un arquero formado, sólido, maduro. En un santiamén, se transformó en el máximo ídolo de una afición gratamente sorprendida por sus rendimientos. Integró un plantel que cosechó una decena de títulos. Dejó una impronta de gran profesional. Sus grandes saltos, sus tapadas portentosas, su manejo de la defensa, la sencillez, el carisma, sus dotes de líder, su disciplina y camaradería, su pinta y su porte de buen mozo generaron un milagro, una variante impensada e ilógica, una mutación de animal felino a superhombre. Admirador de sus proezas, un prestigioso relator televisivo lo rebautizó. “El Gato” perdió el apodo adquirido en nuestro país y se tornó “Superman”. Como superhéroe colmó de gloria y trofeos las vitrinas del club cementero, también legó uno de los más raros e insólitos autogoles de la historia del futbol, un error como para reafirmar su condición humana y cuyo video puede verse en uno de los capítulos del Chavo del 8 al que fue invitado, otra prueba irrefutable de su popularidad en México. 

En 1980, sintió los primeros avisos de un corazón enfermo. Un año más tarde, en Houston fue sometido a una complicada intervención quirúrgica. Meses después, “Superman” Marín se despidió de las canchas de fútbol con un emotivo homenaje y entregó su atuendo tradicional, un buzo con franjas horizontales azules y blancas, a su sucesor, el ex golero de Rosario Central, Ricardo Ferrero. Asumió la dirección técnica del Cruz Azul, pero poco tiempo después, un grave altercado con un árbitro, algo raro en él, le significó una suspensión de un año que le infligió la Federación Mexicana. Entrenó a los Coyotes de Neza, fue ayudante en el Toluca, profesor de arqueros en el Seleccionado, y dirigió a la Universidad de Querétaro.

El 30 de diciembre de 1991, con solo 46 años de edad, “Superman” Marín sufrió un infarto fulminante que acabó con su vida, e inició su viaje a la inmortalidad. Desde Krypton, donde aprendió los valores de la ética y la dignidad, “Superman” le estará contando a sus coterráneos que fue testigo del talento de Willington, de los goles de Wehbe y Bianchi, de las picardías de Carone,-que alguna vez lo hizo calentar y obligó a su expulsión-, de la alegría y el festejo del hincha de Vélez en el 68; de sus hazañas en los palos velezanos y mexicanos.

El dolor de las crónicas de la época da mayor relieve a la trascendencia de “Superman” y describe la profunda huella que marcó en los simpatizantes del fútbol, “La década mágica de la Maquina Celeste hubiera sido ficción sin sus grandes atajadas. Defendiendo el pórtico del Cruz Azul, José Miguel Marín ingresó con boleto VIP en la mitología del futbol mexicano. Su elasticidad felina y sus reflejos instantáneos, le valieron el seudónimo de “El Gato”, aunque unos años después quedara claro que no disponía de siete vidas y que como otros grandes argentinos del siglo, caso Gardel o Evita, el destino le reservaba una muerte temprana”.

Un día Marín abandonó este mundo con su bolso cargado de éxitos y repleto de gloria.

Moraleja: La desaparición física de un gato o un superhéroe no borran de la memoria popular, sino que eternizan, el recuerdo de un hombre probo y un arquero excepcional.

 


JOSE MIGUEL MARIN

José Miguel Marín Acotto nació en Río Tercero, Córdoba, un 15 de mayo de 1945.

Formado en la cantera velezana, Marín descollaba en las inferiores por su porte señorial, su carisma, y su elasticidad y arrojo en la custodia de los tres palos.

Estrenó de manera oficial sus guantes y su buzo de arquero el 9 de agosto de 1964 en una victoria 3 a 2 frente a Huracán en el Amalfitani. Esa temporada sus notables desempeños en el fútbol amateur le valieron ser convocado a la Selección Juvenil Argentina que disputó los Juegos Olímpicos de Tokio.

En sus primeras presentaciones el riotercerense alternó la titularidad con un prócer de la meta, el veterano Rogelio Domínguez, de pasado en el Real Madrid, y recién logró afirmarse en la formación inicial en 1966.

Consolidado entre los once que saltaban a la cancha, apoyado en su cualidad de gran atajador y en una personalidad que brindaba seguridad a sus compañeros, El Gato se transformó en una pieza insustituible y fundamental en aquellos equipos velezanos de la década del 60.

El cordobés y sus atajadas resultaron componentes claves en la campaña del conjunto de Manuel Gíudice que se adjudicó el Torneo Nacional 68.

La desazón y sus lágrimas por la pérdida del Metropolitano 71 fueron las últimas huellas dejadas por el guardavalla en terrenos nacionales. Su foja de servicios bajo los postes velezanos arroja el siguiente balance: Recibió 234 tantos en 225 compromisos.

Los dirigentes del Cruz Azul mexicano deslumbrados por sus rendimientos desembolsaron por su pase 30 mil dólares y Marín inició su exilio voluntario en tierras aztecas (también vinieron por Carlos Bianchi pero una norma le impedía emigrar a los menores de 23 años).

Su debut en la máquina celeste se produjo el día posterior a la Navidad del mismo año. Rápido se convirtió en símbolo de los cementeros y se ganó el calificativo de Superman, un mote impuesto por el afamado periodista local Ángel Fernández.

En México, Marín, usuario de un buzo a rayas horizontales(su atuendo marca registrada), aprobó el postgrado y se doctoró de arquero integral. Líder por carácter y rendimientos, seguro de arriba y de abajo, prolijo ordenador de su defensa, veloz de reflejos, firme en los mano a mano y espectacular en cada una de sus voladas, el “Gato” sacó chapa de figura y se diplomó de ídolo en la etapa más gloriosa del Cruz Azul.

Durante la década del 70, como guardián de la portería, la prestigiosa entidad mexicana consiguió 5 títulos locales (1971/72; 1972/73; 1973/74; 1978/79 y 1979/80) y obtuvo la corona de Campeón de Campeones en 1973 y el galardón como Campeón de la Concacaf en 1972. Sus notables actuaciones lo hicieron acreedor al premio Citlalli como mejor portero en dos oportunidades y resultó elegido como el futbolista más destacado del certamen en 1979. Le bajó la persiana al marco celeste y sus números lo atestiguan: Disputó  309 encuentros de Liga y apenas lamentó 298 gritos en su red.

Se retiró de la actividad en diciembre de 1980 debido a severos problemas cardíacos. Fue intervenido quirúrgicamente de sus inconvenientes coronarios en febrero de 1981 en Houston (Texas). Terminado su ciclo como futbolista se abocó a la dirección técnica hasta que el 30 de diciembre de 1991 un infarto fulminante acabó con su vida en el Hospital Santa Cruz de Querétaro. Carilindo, carismático y de complexión robusta y Marín se despidió de este mundo a la temprana edad de 46 años.

Revolucionario del puesto, Marín es una leyenda en el balompié mexicano donde edificó junto a sus compañeros un emporio triunfal. Su figura fascinó por igual a los fanáticos cementeros y velezanos. Adorado y admirado en ambas latitudes, el “Gato” esta posicionado en un lugar privilegiado dentro de la galería de los grandes emblemas fortineros. Marín dejaba en cada partido su corazón. Y esa entrega lo catapultó a la estatura de referente para la hinchada y modelo para sus sucesores. 

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José Miguel Marín

José Miguel Marín

Había una vez un niño llamado José Miguel Marín. El pequeño José Miguel había nacido el 15 de mayo de 1945 en el seno de una humilde y modesta familia pueblerina. Pronto, comenzó a desandar los bucólicos potreros de su Río Cuarto natal y a demostrar su amor por la pelota de fútbol. Así, con el marco de los árboles como verticales, o amontonando chombas, José Miguel armaba el arco y le tomaba el gusto a lo que sería su hábitat futuro en los terrenos de juego.