Hay goles que son goles, golazos. Hay goles que trascienden esa simple definición de tres letras. Hay goles que quedan para siempre. Inolvidables.
Ser protagonista, el héroe de ese grito único en el momento y lugar indicado, son los requisitos necesarios para quedar en la historia grabado o mejor aún, en la memoria colectiva.
Una locura única, irrepetible. Esos gritos que se miden en la Escala de Richter, de gargantas corroídas por la pasión y el desahogo.
Este 2022 que se despidió futbolísticamente para Vélez tuvo uno de esos. Un gol inolvidable, por contexto, por significancia, por el autor, por la cinta que llevaba en su brazo, por el beso al escudo, por ser un representante genuino de La Fábrica. Por todo.
Hay que remontarse al mes de mayo. Vélez ganaba en Brasil a Red Bull Bragantino por 1 a 0, con un gol tempranero de Lucas Pratto, en lo que estaba siendo un gran partido del equipo comandado por el interino Julio Vaccari. Sin embargo, a seis minutos del final, los locales encontraron la igualdad con un tanto del ecuatoriano José Hurtado. Un golpe duro a un equipo que no había ganado en cuatro fechas del grupo de CONMEBOL Libertadores, tras la derrota inicial ante Estudiantes, el empate 2 a 2 con Bragantino en Liniers y la derrota ante Nacional también en casa.
La hinchada del club paulista fue clara para despedir a Vélez esa noche. “E-LI-MI-NADOS… E-LI-MI-NADOS…” cantaban mientras el Fortín abandonaba el terreno de juego con una clara mezcla de bronca y desazón.

La cosa estaba fea. Vélez sólo había sumado dos unidades de doce en juego y pensar en octavos parecía una utopía. Estudiantes se cortaba arriba y todo quedaba reducido en una lucha entre los tres que restaban, con el equipo de Vaccari corriendo desde atrás. Todo se encomendaba a un gran esfuerzo grupal e individual para conseguir los seis puntos que quedaban por jugar y esperar que los demás resultados también jueguen su parte.
Pasaron 13 días de aquella noche en Brasil hasta la finalísima que se jugaba el equipo en Montevideo, en el Gran Parque Central y ante un Nacional que buscaba ante su gente abrochar la clasificación a una instancia más en el torneo de excelencia en el continente.
El hincha viajó con destino uruguayo para acompañar al equipo a una batalla más. En realidad, no era una más. Desde la previa, se respiraba en el aire la sensación de ese podía ser. Una confianza que nacía pura y exclusivamente por la historia, por la grandeza del club. Un presentimiento de algo que no podía tener otro final que no sea feliz. Así redondo, como en un cuento.
Hoyos; Guidara, De los Santos, Gómez y Ortega; Perrone, Garayalde y Soñora; Orellano, Pratto, Janson y más de 2500 hinchas fortineros salieron al campo de juego para hacer historia.
El chileno Piero Maza sonó el silbato y empezó a rodar el balón. La presión del Bolso era constante en aquellos primeros minutos. A los 21 de la primera etapa, estalló el Gran Parque Central. Como para darle más morbo al momento de Vélez en la Copa, un ex de la casa fue el que ponía en ventaja al Albo. Didí Zabala cambiaba por gol una buena asistencia de Camilo Cándido. Un golpe duro para las chances y sobretodo, para la ilusión.
De a poco el equipo fue creciendo y fue Lucas Janson el que reanudó las pulsaciones del Fortín. Minuto 41 y Orellano cambió de frente de derecha a izquierda a la “Zona Janson”. El diabólico se acomodó en el vértice del área para su derecha y acomodó el balón al palo lejano de Rochet. El primer grito fuerte de la noche. La historia estaba parda como al principio.
Entretiempo y seguir. No quedaba otra.

Matías De los Santos ganó de arriba en el área y puso arriba también a Vélez en un resultado que era ideal. 2 a 1, tres puntos para aspirar en la última fecha vencer al Pincha y poder pensar en octavos. Pero nada es fácil por estos lados.
Minuto 89, sí, 89. Después de tanto luchar y aguantar, después de haber dejado la piel en cada pelota y de haber podido liquidarlo, un centro desde la esquina cae en el área fortinera y tras un intento, el balón da en la mano de Osorio. Penal para Nacional. En el último minuto de juego. Más fatídico no se consigue. Gigliotti acomodó a un palo, Hoyos fue para el otro, Repetto y sus dirigidos estallaron augurando una clasificación casi segura.
Se adicionó en cantidad y ahí nació esta historia que tiene como protagonistas a tres pibes de un puñado de partidos, tres juveniles de la inagotable Fábrica velezana: Valentín Gómez, Abiel Osorio y Máximo Perrone.
Gómez salvó en la línea la derrota, con un Vélez entregado en esa jugada al destino. De manera increíble, “El Nene Malo” se estiró sobre la línea para negar el gol que deseaba todo Nacional tras el rebote de Hoyos tras un remate a quemarropa. Inmediatamente, en la contra. La pelota le queda dos veces al Tanque Osorio recostado en la izquierda con el equipo buscando desesperado y sacó un centro preciso, justo, irrepetible buscando el milagro allá por el segundo palo. El milagro llegó, como entró intrépido Perrone al área de Rochet para acariciar con la cabeza el balón (de la misma forma que lo hace con su exquisita zurda). Minuto 94. Un instante de silencio. Una milésima de segundo donde todo se detuvo, hasta la respiración de todo el estadio, de cada uno en sus casas viendo por la televisión. Una pausa sorda que antecede al estallido, a la euforia.
Corrida por detrás del arco, de cara sonriente y brazos abiertos a esos hinchas que se abrazaban incrédulos y felices, agónicos y llorosos, exultantes y eternos. Beso al escudo, puño apretado y esa cinta de capitán de la cual se hizo cargo ante la salida de Pratto. Llegaron todos a una montonera humana de gritos, abrazos; mientras Vaccari daba vueltas corriendo como un desquiciado. Un momento único, para un gol que quedará para siempre, más allá de no haber coronado.
Vélez estaba vivo. El resto, es historia.
