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Relato de la felicidad encontrada

Me siento, y pongo esa música. Esa que me lleva a todos los momentos vividos, sobre todo, a Misiones. Me traslada, y quiero volver. A sentir todas emociones que sentías cuando te despertabas, y era un nuevo día. No importaba el mal humor, el dolor de espalda por no estar acostumbrado a dormir así, los resfríos porque no te habías tapado bien, las mañanas heladas de Misiones, o levantarte bien temprano para preparar todo, lo que importaba, era hacer feliz a esos nenes. Tal vez, el primer día no nos dimos cuenta de tal magnitud, pero después caímos, y comprendimos que era lo que nos motivaba: sus sonrisas.

El relato de Sol Sammarco, alumna de 5to año Instituto Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield.

Relato de la felicidad encontrada

 

Me siento, y pongo esa música. Esa que me lleva a todos los momentos vividos, sobre todo, a Misiones. Me traslada, y quiero volver. A sentir todas emociones que sentías cuando te despertabas, y era un nuevo día. No importaba el mal humor, el dolor de espalda por no estar acostumbrado a dormir así, los resfríos porque no te habías tapado bien, las mañanas heladas de Misiones, o levantarte bien temprano para preparar todo, lo que importaba, era hacer feliz a esos nenes. Tal vez, el primer día no nos dimos cuenta de tal magnitud, pero después caímos, y comprendimos que era lo que nos motivaba: sus sonrisas. Sus ojos que brillaban cuando nos veían venir, y que se llenaban de lágrimas cuando nos veían partir. Sus sonrisas de oreja a oreja cuando jugábamos con ellos, los transportábamos a otro lugar, donde se olvidaban de todo.

Fue hace un año atrás cuando esto comenzó, las donaciones, dividir la ropa, la cual parecía nunca terminar, embalar cientos de cajas, la famosa frase ?¿Te quedas a ordenar?? que nos decíamos los unos a los otros al salir de clases, el desorden de los colores que dividían a las cajas ?negro hombre, amarillo zapato hombre, rosa mujer, violeta ¿era mujer también, no??. El  esfuerzo que hacías, parecía nunca alcanzar, que nunca ibas a terminar, pero lo hicimos, y llego el día de partir a Misiones. Nadie lo podía creer. Tanto tiempo, tanto esfuerzo, tantas horas ordenando, tantos planes, y de repente había llegado el día de irnos. Emociones que se mezclaban, el no saber con qué te ibas a encontrar, felicidad, emoción, y miedo. No era un miedo de espanto, era el miedo de no saber qué iba a pasar.

Pero llegamos, nos instalamos, y comenzamos con las preparaciones. Murga de acá para allá, cientos de colores, música que se escuchaba por todos lados. Improvisando, actuando, creando, riendo, jugando. Porque nos sentíamos como nenes, haciendo cosas para otros nenes. Llego la hora de cenar, de descansar y luego, arriba, muy temprano, para partir a la primer escuela. Todos nerviosos, corriendo, tratando de no olvidarse de nada. Maquillándose, cambiándose, repasado canciones, practicando sketches.

Nos subimos a un camión, sinceramente, no entrabamos los 80. Todos apretados, las mujeres gritaban porque se caían, los hombres empujando, cantando. Pero la felicidad seguía ahí, y la emoción se sentía en el aire.

 Por fin llegamos, había nenes, cientos de ellos. Nos pusimos en posición y esperamos el llamado. Todo el esfuerzo, todo lo practicado, debía reflejarse en ese momento único. Era hora de demostrar que realmente lo hacíamos de corazón, con el alma.  A lo lejos, minutos antes de empezar, suenan gritos ?¿VÉLEZ ESTÁ?? y era hora de sacar lo mejor de vos.

 Los silbatos dieron su pitada, los bombos comenzaron a sonar, y todos empezamos a bailar. Éramos todo un circo.

Llego la hora de los juegos, nos dividíamos por grupo, cada uno con su identificación animal ?Los leones, Los tiburones, los patos?. Te conectabas con cada uno de los chicos, y siempre había uno que se te pegoteaba más, uno vergonzoso, otro que te robaba tu nariz de payaso; pero sabíamos que habían estado esperando este momento, como lo hacían siempre, desde hace meses.

Comimos, cantamos, y llego la hora de las donaciones. Las cajas que estábamos viendo desde ya hace un año iban a hacer entregadas a las personas por las cuales hacíamos todo esto. Todos se llevaban cosas, incluso hasta las personas que venían a pie desde su casa para poder recibir algo. Al finalizar, siempre quedaba uno que te pedía más juguetes, o una madre pidiendo calzado. Te rompía hasta lo más profundo del alma, pero ya no podías hacer nada, la parte de las donaciones que habíamos preparado para esa escuela, se había terminado.

Y así finalizaba una tarde, una mañana en una escuela. Cada día mejorando, aprendiendo de nuestros errores, aprender a ser fuertes ante toda situación. Porque eso era lo que más importaba, ser fuerte, viendo como la realidad te golpeaba la cabeza, porque ESA era la realidad, y debías afrontarla. Debías ser fuerte por ellos, ya que te regalaban la más hermosa sonrisa, esa que vos ves que viene desde el corazón, porque aunque no nos conocieran, se te acercaban y te decían ?te quiero, no te vayas? ?¿Vas a volver el año que viene?? y vos te largabas a llorar como un desquiciado, pero siempre con una sonrisa, porque su felicidad, nos hacía felices.

Gente que no tiene nada, y lo daba todo por nosotros. Nos cocinaban, nos preparaban jugos (en mi opinión, los jugos exprimidos más ricos que tome en la vida) nos ofrecían lugar, y su tiempo. Y vos, tratabas de darle todo. Venían con una carta en la mano, y te la daban. En algunas estaban escrita sus historias (espero que María Sol haya podido descifrar para este entonces que animal era el que estaba cerca del arroyo de su casa), otras diciéndote lo mucho que te querían, y los felices que estaban porque vinimos, una vez más.

Sé que con palabras no se puede describir todo esto, fue hermoso. Algo que se, que te abre la cabeza, un momento en donde caes a la realidad de lo que es en verdad la vida. La lucha por el día a día. Porque aunque no pareciera, nosotros también estábamos cambiando. Cooperando el uno con el otro, dividiéndonos para cocinar, lavar, preparar cosas, pensar estrategias para que todos pudiéramos bañarnos en una sola ducha y que siguiera habiendo agua caliente, hacer nuevas amistades, unirnos los 5 cursos en uno, todos los días haciendo cadena humana para llevar las cajas de un lado para el otro. Sé que en este campamento, aprendimos y nos dimos cuenta de millones de cosas. Y una de esas cosas, es que era el final. El final de tantos años haciendo campamentos, conociendo lugares, durmiendo en carpas con tu curso, compartir un montón de cosas. Pero todo tiene un final, y esto también.

Llego el día de irnos, pero antes, el fogón. El ultimo fogón. ?Gracias Quinto? se podía leer entre llamas en un rincón. Y ahí caí, y ahí caímos. Todo un año preparándonos y ya había terminado. Habíamos hecho felices a más de 200 familias en 11 días. Descubrimos lo importante que es tratar de hacer feliz al más cercano, y esta vez, lo hicimos a cientos de kilómetros de Buenos Aires, con personitas que no conocíamos, pero que de ahora en más sabemos que van a estar siempre con nosotros, formando parte de nuestro más hermoso recuerdo. Y no sé cómo finalizar este relato, me faltan millones de cosas por contar, pero no quiero ser extensa. Solo quiero dar las gracias, porque todo esto no hubiéramos podido hacerlo solos, los coordinadores de campamentos del Instituto Dalmacio Velez Sársfield nos ayudaron, nos hicieron dar cuenta de todo, ellos trataban de sacarnos una sonrisa, para que nosotros se las sacáramos a esos nenes. Y eso no tiene precio. Lo más lindo de la vida no se puede comprar. Y esto es la vida, la sensación de felicidad, al hacer feliz al otro.

Simplemente gracias, por esta oportunidad de amar. Nos veremos otra vez.

 

Sol Sammarco, alumna de 5to año

Instituto Dr. Dalmacio Vélez Sársfield